La felicidad

Si ya es difícil para un poeta describir o capturar el sentido de la felicidad, lo es aún más intentar definirla o explicarla desde un punto de vista neuropsiquiátrico. Los neurocientíficos estarían  de acuerdo en que la felicidad es un estado emocional positivo y placentero, activado principalmente por las diferentes estructuras que componen el sistema límbico. Se estima que alrededor de un tercio de nuestro cerebro, en su mayor parte delantero, se asocia con las emociones y la felicidad. Aparte del hipocampo, la amigdala y el hipotálamo, es el tálamo y el córtex prefontral medial las estructuras que  fundamentalmente se activan ante emociones tales como la felicidad. Curiosamente es este córtex prefrotal el que se activa con la risa.

La felicidad también se asocia a la producción de endorfinas en el cerebro y a los neurotransmisores dopamina, noradrenalina y serotonina. Es sabido que la carencia de éstas últimas podría producir trastornos depresivos y de ahí que los nuevos antidepresivos actúen inhibiendo la recaptación de estos neurotransmisores en el cerebro.

Revisemos brevemente qué factores inciden en el grado de felicidad. La riqueza de bienes no asegura la felicidad. Una vez dejada atrás la línea de la pobreza, el dinero no proporciona felicidad. La ambición tampoco. Cuanto más tiene la gente más larga es la lista de lo que anhela. No es más feliz el que más tiene si no el que menos necesita. La inteligencia medida en una escala de cociente intelectual tampoco se relaciona con el grado de felicidad pero sí la inteligencia social o emocional. La genética sí influye en la felicidad. Los rasgos de personalidad positivos (extroversión, buen humor, etc.) se pueden heredar. Se puede decir que hay un efecto leve, pero positivo, del atractivo físico en el bienestar subjetivo de la persona. Por supuesto, las relaciones sociales, la amistad y el amor influyen positivamente en el grado de felicidad del individuo. La mayoría de estudios realizados sobre religión y felicidad concluyen en otorgar a ésta una relación positiva. La edad también influye. Las personas mayores son emocionalmente más estables. Los seres humanos somos más felices en la vejez que en la juventud. Los actos aislados de generosidad, caridad y altruismo no aumentan la felicidad de las personas pero sí los efectos acumulativos de ser generosos.

Ahí van unas claves para alcanzar la felicidad: Hay que cultivar el sentido del humor. Reírse de uno mismo y de sus fracasos. Las personas más felices son las que buscan la felicidad de otros. Hay que desarrollar las relaciones personales y reducir nuestro nivel de exigencia. Reconocer los méritos de los demás, felicitarlos más a menudo y alegrarse del bien ajeno como si fuera propio. Hay que buscar la alegría dentro de cada uno de nosotros y transmitirla. Minimizar los conflictos de pareja y de familia. Hay que aprender a valorar positivamente el deterioro físico de la edad y no luchar contra él. Alejar los pensamientos negativos y concentrarse solo en los positivos. Hay que cambiar el chip, reducir el estrés, trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Enfrentarse a la presión consumista, saber controlar los deseos y contentarse a veces con lo que uno tiene. La felicidad «es un tesoro escondido en lo más profundo de cada persona». Atraparla es cuestión de práctica y fuerza de voluntad, no de bienes materiales, poder o belleza. Puede cultivarse identificando y utilizando muchas de las fortalezas y rasgos que uno ya posee.

Sólo puede ser feliz siempre el que sepa ser feliz con todo. La felicidad es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias. La felicidad no es la meta, sino que se encuentra a lo largo del camino. Es la consecuencia de una manera de vivir.

Dr. Eduardo Alapont Pérez

Psiquiatra

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