¿Quién dijo miedo?

Muchos autores han sido los que han intentado definir el amor.

Al subir el telón, nos encontramos con conceptos diferentes decorados con diversos matices. En muchas ocasiones estos son aprendidos. No obstante, hay algo en esencia que hallamos con bastante frecuencia. Independientemente del género, cultura, religión u orientación sexual se trata de: querer compartir la vida con ese alguien con el que se ha establecido un vínculo de apego.

Están los que de manera voluntaria deciden tocar una apasionada pieza musical, adaptarse al estilo o periodo histórico al que pertenece la obra y aportar la consideración personal característica del intérprete.

Otros más pasivos deciden comprar un libro con la intención de realizar cambios en su vida. Lo leen y lo colocan en la estantería sin llegar a aplicar ninguno de los principios que se prometieron llevar a cabo.

Pero dentro de las diferencias individuales, lo que está claro es que cuando elegimos caminar por la senda del amor también nos convertimos en candidatos al dolor. Dejar o ser dejado. Dos caras que antes representaban la misma moneda.

Una ruptura amorosa supone la pérdida de una pareja, de un compañero de vida, de los hábitos a los que nos hemos acostumbrado junto con esa persona y/o incluso de un estilo de vida compartido.

Nuestros cimientos de seguridad se tambalean. De este modo, florece la sensación de depender de la otra persona para continuar. El miedo, la inseguridad, una profunda soledad y fragilidad hacen que nos cuestionemos el significado de nuestra vida.

Perder el miedo a la soledad

Es el miedo a la soledad quien actúa por nosotros: “sin él no soy nada”, “la vida sin ella no tiene sentido”. Nos aferramos a esa persona pensando que es el único motivo de nuestra felicidad . Nos volvemos adictos al vínculo que precisamente nos arrebata la libertad e independencia que por derecho nos pertenece.

En este punto, la persona dependiente que sufre una ruptura sentimental, experimenta algo similar al síndrome de abstinencia de una droga. Son síntomas de naturaleza ansioso-depresiva que varían desde el nerviosismo, obsesión con la relación, culpa por la ruptura, recuerdos continuos de los buenos momentos, tristeza, sentimiento de desapego por la vida. También surge la falta de capacidad para disfrutar, dificultades de concentración, molestias físicas de diversa índole y deseos continuos de reanudar el contacto con la ex pareja entre otros.

La parte positiva: es posible la desintoxicación, y los beneficios que se pueden obtener de ella son inconmensurables.

El primer paso para lograrlo consiste en aceptar la pérdida

Aceptación de la realidad

Este proceso será más fácil si el contacto inmediato tras la ruptura es nulo. Obviamente resultará una tarea doblemente costosa para las personas dependientes. No obstante, es la única vía que nos sumergirá de lleno en el reconocimiento de esas necesidades emocionales insatisfechas que se han cubierto de manera desadaptativa con esa persona.

Es decir, un clavo no quita otro clavo. Cambiar de pareja sólo hace que profundizar en el problema que no era realmente la persona que se ha dejado. Pues es la propia necesidad afectiva que no tiene inconveniente alguno en dirigirse a otro objetivo.

Tendemos a evitar el sufrimiento porque representa una emoción negativa. Pero todas las emociones, ya sean positivas o negativas tienen su función. Al igual que la alegría fomenta que creemos vínculos o el miedo a una situación o estímulo real nos prepara para situaciones que comporten un peligro, en el caso de la tristeza o sufrimiento se activa el mecanismo de supervivencia. Ser consciente del sufrimiento nos hace crecer como individuos. Nos motiva a resistir, a superarnos para poder mirar atrás y ver que lo logramos.

La recompensa de aceptar las emociones conforme vienen, sin juzgarlas, experimentarlas, sacar provecho de ellas y dejarlas ir, es una vida sin miedos incapacitantes. Sólo de esta manera es posible amar con plenitud y sin apegos. Sólo así podrás empezar de nuevo a ser feliz.

Sandra Garro

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